Prólogo a la edición Argentina


Prólogo
para Diez Variaciones sobre el Amor

por  Cristina Jurado



 La literatura es un juego de identidades: si el autor hace de divinidad creadora y destructora que inventa personajes, y genera escenarios e historias que los interrelacionen, el lector adopta el papel de espectador, pudiendo o no identificarse con alguna de las personalidades que habitan la narración. Tú, que lees estas palabras, habrás querido traspasar con Alicia el espejo, ayudar a Robinson Crusoe a descubrir las huellas de Viernes o luchar junto a Paul Atreides en Arrakis. Quizás hayas querido “ser” Alicia, Crusoe o Atreides, subirte como Atreyu a la grupa de Fújur, consultar los volúmenes de la Gran Biblioteca de Trántor, pasear por las arenas marcianas imaginadas por Bradbury o contemplar los cielos desde el USS Discovery One de Clarke.
Cada una de esas historias, y muchas más dentro y fuera de la literatura de género, siguen manipulando nuestras mentes y nuestros sentidos, sumergiéndonos en otros mundos sin necesidad de implantes neuronales o de sistemas de realidad virtual. Una historia es algo más que un viaje, es aceptar que uno puede llegar a adoptar personalidades distintas y experimentar “ser el otro” por unos instantes.
Los cuentos que vas a leer proceden de la habilidad creativa de Teresa P. Mira de Echeverría, una hechicera de las palabras que investiga a través de sus ficciones la dimensión afectiva de ese “otro”. Diez Variaciones sobre el Amor recorre una gradación de afectos, desde la amistad a la pasión, pasando por el cariño fraternal y paternal, y llegando hasta su ausencia.
El interés de Teresa por los sentimientos en el marco de la temática fantástica y de ciencia ficción está relacionado sin duda con sus tempranos estudios científicos, que dejó de lado para lanzarse hacia su auténtica vocación: el análisis del conocimiento humano a través de la filosofía. Todas las obras que he leído de esta escritora, desde “Memoria” de la antología Terranova (Sportula) –traducida recientemente al inglés- hasta “La Terpsícore” (Palabaristas en ebook  y Sportula en rústica) giran entorno a las relaciones personales en situaciones extraordinarias. ¿De qué manera se desarrolla el idilio de un humano enamorarse con el miembro de otra especie? ¿Puede una mujer sobrevivir a un desdoblamiento múltiple de su personalidad, ser testigo de la muerte de las diferentes versiones de sí misma y caer en los brazos de una IA omnipotente?
La habilidad con la que autora teje situaciones fantásticas en escenarios insólitos es asombrosa y sin, embargo, habla de cuestiones vitales intemporales, como la percepción de uno mismo en el conjunto del universo desde la perspectiva del amor, tomada en el sentido filosófico del término: una virtud que, en el ser humano, implica desplegar bondad de diversas maneras y hacia distintas entidades.
Esto me hace pensar en “Dextrógiro”, un cuento repleto de referencias a Borges y a su minotauro, un viaje a la singularidad que centra la galaxia, en la que el protagonista vive una experiencia sublime de autoconocimiento, entendido como un acto de amor hacia sí mismo.

Lentamente repitió el poderoso mantra de su propio nombre, pugnando por mantenerse uno, por no desencarnarse otra vez; y, en el instante final, cuando su mente estaba siendo separada de su cerebro y la última neurona estiraba inútilmente sus dendritas ¾tal como un niño estira sus brazos hacia la madre del que lo están alejando¾, Ariadnoo comprendió ¾tarde, como siempre¾ lo que le sucedía.

Varios de los relatos de esta antología indagan sobre el amor inter-especies: no se trata de explorar si es posible enamorarse de una criatura de otra especie, algo que se acepta con naturalidad, sino especular sobre cómo se desenvolvería una relación semejante. En “Pterhumano” resuenan algunas de las referencias que impregnan la bibliografía de la autora: me refiero a la influencia recurrente de China Miéville, de sus paisajes urbanos y orgánicos, repletos de criaturas variadas, inmersas en profundos conflictos personales. Las normas sociales imponen una exclusividad sentimental que entra en contradicción con las ansias de libertad del protagonista, un ave antropoide sin alas.

—Algún día voy a volar, ¿sabes? —el tono de Jeroen no tenía convicción alguna. Allí no había más que la declamación de lo que se suponía que tenía que decir.
Shauna se enojó de verdad y escupió con rencor:
—Los pterhumanos no vuelan. Son como los avestruces o los pingüinos, cuyas alas son una farsa. Y tú ni siquiera tienes unas.

La autora ahonda en esta temática en “La poética de la sirenas”, en la que  utiliza la historia de amor entre Eleazar Rickman, poeta genético, y Ada Blenders, una mujer construida en base a un poema, para reflexionar sobre los lazos que unen a la obra con su creador. ¿No es todo acto artístico un ejercicio de sublimación de la que devoción que el artista experimenta hacia la belleza?

Y entonces me contó cómo usted lo ayudó a construirme inspirándose en “She walks in beauty”, el poema de Byron. Cómo me llamó Ada por su amor a aquel poeta. Cómo él me dedicó a usted, tal como se dedica un libro…

¿Podría considerarse como una relación entre tales personajes una suerte de incesto? El mayor atractivo de la ciencia ficción, la fantasía y el terror es precisamente su fuerza especulativa, su capacidad para proponer nuevas convenciones sociales, su valentía para desafiar los principios y valores establecidos, y componer nuevos usos y costumbres inter-relacionales.
El mismo tema, desde una perspectiva diferente, se contempla en “El obsequio”. Hamabost Astigar, un pintor de cuadros químicos del planeta Ataun, ofrece su obra cumbre –una nueva forma de vida- a un mundo que necesita liberarse de sus imperfecciones. Parir vida y ofrendarla, como acto supremo de amor hacia el universo, la creación artística como actividad demiúrgica última y reproductiva: el artista infiltra parte de su ser en cada obra y, de alguna manera, se da al universo en el acto creativo.

Y, desenvolviendo el papel de regalo, entregaron a la Tierra el obsequio que habían atesorado durante tanto tiempo.
Dicen que, algunas semanas después—tras una breve campaña que abarcó todos sus territorios conocidos—, la raza humana pereció pulverizada en su más íntima esencia. La victoria de los invasores siempre había sido segura, nada hubiera podido evitarla.

De la premisa anterior parte “Como a sí mismo”, relato en el que la autora ahonda en la relación sentimental de dos clones. La reflexión ética sobre las consecuencias prácticas de la ingeniería genética presenta escenarios desconocidos que atormentan física y espiritualmente el alma de Gastón de Quincey. ¿Se pueden imponer límites morales al afecto entre seres inteligentes y autoconscientes que actúan con libertad?

Se miraron azorados; no era común que dos clones se encontraran en el mismo planeta. Por lo general, los embriones clonados a partir de un donante anónimo, se esparcían por las diversas colonias humanas que necesitaban elevar su población drásticamente. Todo un sistema creado en aras de facilitar la variedad de expresiones de cada individuo sin perder por ello la sagrada “variación genética”.

El amor inter-especie puede comenzar como cariño paterno-filial para transcender y convertirse en un afecto sensual y sexual, transgrediendo las reglas básicas de comportamiento en la civilización humana. Así ocurre en “Otoño”, que es un crítica a la unidad familiar convencional, y que reivindica nuevas fórmulas de organización social y de reproducción. Una de las características más aplaudidas de la literatura de género es la de asumir sin lastres morales conductas inaceptables a los ojos del s. XXI.

Extendió sus cuatro brazos, arropando en sus volutas a la madre y a la niña, uniéndolas y uniéndose a ellas en éxtasis; entonces, de un modo aterrador y sublime, abrió una boca imposible y las tragó mientras aún estaban con vida, y las asimiló lentamente en su ser.

              Cualquier relación inter-especies aborda el choque de culturas, el momento en el que cada grupo de seres inteligentes y auto-conscientes se enfrenta con su interlocutor. “A su imagen” examina la conexión de dependencia afectiva y sexual entre un ser humano y otro mitótico, capaz de mudar de cuerpo para rejuvenecer. No puedo dejar de comentar, llegados a este punto, las magníficas frases iniciales, uno de los mejores principios que he leído:

La cosa es así: hay que colonizar.
Y RR/1.111 parecía tan bueno (o tan malo) como cualquier otro sitio. Lo que le llamó la atención fue, simplemente, el número; y el número no decía mucho.
Decía que estaba cerca del borde exterior galáctico, decía que era un planeta no gaseoso, y no decía nada más. Sólo que el azar había combinado el mismo dígito cuatro veces.

              Es posible abordar el afecto desde el ángulo de la amistad en un decorado de ciencia ficción, como en “Spider”. Se trata de un auténtico relato de iniciación que reúne elementos de la cultura indígena rioplatense con una conciencia cyborg, que recuerda de nuevo a la Tejedora de Miéville en La Estación de la Calle Perdido, al monstruo Ygramul en La Historia Interminable de Michael Ende, a La Metamorfosis de Ovidio y la mitológica Aracné.

“¿Quién podrá tendernos un puente entre el cielo y la tierra?”, preguntaron los dos hermanos.
“Yo lo haré”, contestó la araña.
“¿Tú?”, dijeron ellos, “¿cómo es posible que tejas una cuerda tan larga y resistente? ¿Y qué nos pedirás a cambio?”
La araña sonrió con su sonrisa tan antigua como el mismísimo universo, y respondió con dulzura: “¿Quién dijo que he de tender una cuerda? Haré que el cielo baje a la tierra. Y sólo pediré a cambio lo que es mío: todo”.

Teresa no solo trata el amor inter-especies en esta antología sino que es capaz de elucubrar sobre sus efectos en un viaje temporal, como en “Vidrio Líquido”, al más puro estilo Wells. Una viajera contratada por un retroartista debe descubrir el secreto de las vidrieras de la catedral de Chartres en el siglo XIV, en una ciudad destrozada por la peste negra y por la intolerancia religiosa. ¿Es lícito intervenir en el curso de la historia para proteger el objeto de nuestros afectos?

¿El vidrio es un líquido? ¡Sí…! ¡No…! ¿Y por qué otra cosa estaría sino yo aquí?
Y aquí es más bien “cuándo” que “dónde”.
Dónde, es un sitio particular que me taladra la conciencia: Chartres.
Y cuándo, es el año mil trescientos cincuenta y algo. Después de Cristo… creo.

No sería posible dedicar una antología de relatos al afecto en varias de sus modalidades sin plantear la exploración de su ausencia. “La lámpara de Diógenes” utiliza el análisis clínico de un Femtomívero para poner de manifiesto la falta de empatía en el ser humano, consumido por su propio egoísmo y desafiado por la naturaleza.

El femtomívero volvió a quedarse solo sobre su placa de estudio. No dormía porque no vivía ninguna continuidad. Tampoco descansaba ni moría, porque lo hacía constantemente. Un filósofo se hubiese preguntado si el femtomívero era en verdad uno solo, si no eran, más bien, millones de sucesivos seres. Pero no quedaban ya en la Tierra filósofos humanos. Ni pintores, ni futbolistas, ni ninguna otra cosa que no fueran genetistas.

Leer es un acto de confianza hacia el autor y la función del prologuista es la de asegurar al lector que su elección es acertada, que la obra que se expone a posteriori responde a sus expectativas. No tengo manera de garantizarte que los cuentos de Teresa serán de tu gusto porque te desconozco, lector. Pero, si has llegado a leer hasta aquí, es porque la curiosidad forma parte intrínseca de tu personalidad, porque buscas modos nuevos de abordar las cuestiones que preocupan al ser humano desde su despertar en esta Tierra, porque quieres disfrutar de mundos nuevos, de civilizaciones alienígenas con otras formas de entender la convivencia, porque te interesa saber de qué manera otros seres inteligentes aman.
Te animo a que descubras la propuesta narrativa de Teresa P. Mira de Echeverría, que te dejes llevar de la mano por sus protagonistas, que consientas transmigrar su cuerpo y adoptar alguna de las personalidades que se dibujan a continuación. Porque, al final, Diez variaciones sobre el amor es una declaración de afecto hacia el arte por parte de su autora y tú, lector, formas sin quererlo parte de ella.


Cristina Jurado

Dubai, agosto de 2015

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